A mis ocho años de edad no recibí un « te quiero » de mamá ni un « estoy contenta por ti » o « estoy orgullosa de ti » . ¿Por qué habría de decírmelo si a ella nunca se lo dijeron. Por qué tendría que estar contenta u orgullosa de mí si trabajaba doce horas para mantener a once personas, sus padres, sus hermanas y los hijos de una de ellas. Se me impuso desde niño la imagen el hermano de mamá, un joven universitario y deportista sin vicios al que se abnegaban en mimos mimaban. Él era una figura familiar a la que me tenía que parecer: « Mira a tu tío Willy , él siempre sacó las más alta calificación en la escuela, siempre » . Deteste sus banderas, la excelencia, la ingeniería y el futbol. La presión deformó mi niñez a los ojos de los demás, cabello hirsuto, barriga desbordada, piernas zambas y un apetito inagotable. Mi fealdad me hacía apartarme para no ser visto por Anastasia y Drizella, hijas de mi abuela Lady Tremaine . ¿Por esta cualidad no podía m...