A los adolescentes los energiza de manera biónica la combinación de adrenalina y alegría. Bajo la luz de las lámparas que empiezan a encenderse, el ejemplo vasto se da durante tres calles para el corazón del dueño de la librería Intercodex en la cuarta de Gil de Santivanes, donde rinde su persecución a Guille y Maura que, un minuto antes, roban su librería.
Escapan con un motín de €2.724,40. No cesan la velocidad de su huida hasta que Guille grita: «¡Que parezca que salimos a correr!» Trotan hasta Casa Árabe en la de Alcalá. Miran a todos lados y caminan abrazados los corazones al miedo.
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Tienen hambre y deben esconderse. Miran en la 78 el escaparate del Pino Ber donde la especialidad son huevos revueltos con jamón y patatas bravas, el alimento perfecto para regar con una cerveza y recuperar las calorías fundidas.
Dentro del lugar se sientan en la barra y de vez en cuando miran hacia el escaparate imaginando ser alumbrados por el giro de las luces roja y azul.
Comen las bravas, a Guille le parecen deliciosas, Maura las pide con ese puntito de picante que tanto le gusta, pero las siente secas. Cada uno bebe dos Chouffes que tienen que pagar al doble para que se las puedan servir. Guille pide un bocadillo para acompañarlas y Maura unas gambas al ajillo.
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Antes de irse, Guille va al aseo a contar los billetes.
Apenas salen del restaurante, Maura pregunta:
—Entonces, ¿cuánto le quitamos a ese hijo de puta? —. Guille no contesta, mira en medio de la noche un camino incierto. Maura le da un codazo en las costillas
—¡Hey!, dos mil setecientos— responde molesto. Sabe que están lejos de Vallecas y que, hasta no llegar ahí, no hay un día más.
Maura se pone contenta, su voz se encandila: —Con esa cantidad ya podemos largarnos a México — él no dice nada y ella se pone a hablar de cosas que nadie escucha.
En Alcalá los taxis rechazan el silbido de Guille.
Uno se detiene.
—¿Tenéis pasta? — pregunta el conductor. Encima del tablero del auto hay un bate.
Guille le muestra tres billetes de €100.
Abordo Maura se recoge en el pecho del Guille, él la rodea con sus brazos. En el trayecto las luces de la noche le hacen recordar aquel juego de niño que tenía con su madre. Escogían las casas más bonitas de Madrid por turnos, mucho antes de que la muerte terminara con los juegos. Guille suspira y el perfume de la vainilla del taxi entra a su pecho.
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—¿Qué piensas? — Pregunta Maura.
— Nada.
— ¡Venga!, dime — Pide, melosa.
— En ti y en mí — Miente.
La besa en la cabeza mirando el bate que desenfoca su vista de las calles. Es una señal de que ya poco lo une a ella, salvo el crimen la noche antes de que el sueño de Maura se hunda.
Ella, por su parte, imagina que los silencios de su novio se deben a dos razones irreconciliables: una, la promesa que él hizo de quererla por siempre, y otra, la que retuerce la memoria de su novio huérfano de ojos verdes a quien ama locamente. Escucha los latidos del corazón de Guille, y empieza a musitar una canción como si fuera una lullaby, pero no es una canción de cuna, es más como ellos: “Podemos cantar canciones juntos, contar todo el dinero entre los dos hasta que salga el sol, follemos todas las noches juntos, quememos los billetes por amor hasta que salga el sol”.
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