Oziel me llamó para invitarme a su fiesta de cumpleaños. Levantaba la voz para escucharse a sí mismo porque la música estaba alta «Te espero, vendrán los chicos de la estación». De fondo se oye Bizarre Love Triangle. «"Cada vez que pienso en ti recibo un disparo dentro de mí, una ráfaga de tristeza. No es problema mío, pero es con lo que me topé"». Sí quería salir, embriagarme, coger con Oziel, o tal vez no, aún lo recuerdo subiéndose los calzoncillos: «discúlpame, sigo inestable por Grace».
Llegué a la cita con el interés que alguien tiene por el crecimiento de la marea. Cuando llegué, Oziel me llamó por teléfono para decir que Grace estaba mal. «Perdón. Llego más tarde, espérame». Quería largarme, no supe qué hacer. «¡Ah maldito!» Tome una cerveza y me alejé de todos. Empecé a vagar por la casa. Subí las escaleras, las habitaciones estaban cerradas con llave, la de Oziel también. Puse la oreja sobre la puerta. Nada. En un lado del pasillo están de frente los diplomas, los títulos, los reconocimientos; la madre del ITESM y el padre de la UANL. Del otro lado, fotos en una línea de tiempo que tiene la voz en off de Oziel en cada una:
«Mi papá vio por primera vez a mi mamá en un congreso. Ella moderó una ponencia de prótesis y él la esperó al final para conocerla, pero mi mamá lo evadió bien amable. Aunque mi papá fue pertinaz, medio año después la siguió a un simposio en Guadalajara donde tomaron un curso de maxilofacial. Mi papá consiguió estar en su equipo de trabajo, en una actividad ambos tenían que acariciarse las mejillas, la quijada y la barbilla con movimientos suaves para reconocer sus rostros. Imagina la escena». Efectivamente fue así, al inicio hubo risas nerviosas, manos temblorosas, permisos en silencio concedidos. La madre me contó que mientras él la tocaba, la sensación la hizo vibrar (o mojarse) sin control. Desde ese momento la mamá de Oziel bajó la guardia, esa noche ya medio borrachos se fueron a su hotel e hicieron el amor.
La posición de las fotos en timeline: sus papás el día de su boda de cuento de hadas en el Campestre La Fuente; ora en el Centro Histórico de Monterrey, con la madre embarazada de siete meses; ora en Celestún, recostados en la arena mirando al bebé Oziel con el mar de Yucatán de fondo; ora resguardando al niño agarrado a la tusa de una yegua apalosa blanca en la hacienda del abuelo; ora levantando un vaso de Guinness, en un pub de Londres festejando los quince de Oziel; ora los tres en la popa de un barco en Marbella sosteniendo un cabracho enorme.
Hasta aquí la línea se interrumpe y aparece el marco que le ayudé a colgar, sin foto, sólo la frase «Mi vida entre fotografías / se guardan y se olvidan / porque dicen la verdad». Significa mucho para mí porque esa misma tarde le confesé que lo amaba, cuando se lo dije sonrió como si estuviera escuchando la trama de una película que ya había visto, respetuoso, atento, aguardando hasta terminar mi relato.
Oziel jadea, transpirado, con las manos sobre las caderas de Grace quien gime mientras es montada, él resiste con todas sus fuerzas para no venirse porque en esa posición se precipita al abismo con su yegua. «¡Culero, no vales verga!» digo entre dientes y se aparece por tercera vez el tipo que finge encontrarme, le pregunto qué necesita. Se presenta y pregunta mi nombre, le respondo que sí, que soy prima de Oziel, esto lo va a limitar a él para no seducirme, a mí no. Tomamos unas cervezas y platicamos. Cuando decido irme, me pide que me quede y comienza Speak To Me / Breathe, pero de Easy Star All Star. Esa es la señal: la ajuga en el disco después del tercer rugido, ¡alguien grita como quien abre la puerta de su habitación y encuentra sobre la cama al delirio!
El humo de yerba dentro de la sala de la casa empieza a amenazar con absorber todo el aire.
—Ven, baila conmigo—. Al principio me dejé guiar.
—Lo haces muy mal, así no se baila reggae—. Me río y le enseño. Sostengo sus manos en mis caderas mientras bajo suave ondulándome en él.
El alcohol y el ritmo hicieron que mi mente se fugara al momento en que escuché la misma canción en vivo con Oziel y sus amigos de la preparatoria en el Cultural Roots, el lugar era una cámara de gas. A la salida del concierto, las luces de las avenidas resaltaban los adoquines con un amarillo cremoso que zigzagueaba el camino por el que anduvimos tomados de la mano. El hombre de hojalata con el azul de su tacto metalizado enfriando mi mano; el León, cauto con las pupilas dilatadas, me tomaba procurando que sus garras no brotaran; el espantapájaros, agarrado del brazo del hombre de hojalata, despedía su aroma a establo; detrás de nosotros mi lindo Totó proyectando su sombra muscular de Rottweiler. Yo, Dorothy Gale, tan joven, tan deseada por los cuatro, fingiendo no darme cuenta mirando la punta de mis zapatillas rojas.